viernes, 10 de febrero de 2017

Rams (El valle de los carneros) (Hrútar). Grímur Hákonarson. 2015.




Un film que mezcla a la perfección temas como raza, género, familia y especie sin decir mucho sobre ninguna de ellas, ni representando nada que relacione esos temas, y sin embargo hilando, para el que quiere ver, un suceso donde naturaleza, historia, tradición y cultura son igualmente imbricados. 

Y es que un film con pocas palabras y situaciones puede decir mucho con tan poco como muestra una historia nórdica de frío y calor humano pues en nuestras relaciones podemos experimentar casi con la misma grandeza, o terquedad, esa ambivalencia entre lo cálido y lo gélido de nuestras relaciones personales, familiares y sociales. De un valor a otro podemos pasar apenas sin conocer el cómo ni el por qué de nuestras reacciones ante ciertas situaciones. Puede que la falta de comunicación del propio deseo así como la falta de acción empatizadora en general dispongan que esto sea así y no tengamos más remedio que lidiar con el cambio que a veces sorprende negativamente como otras de modo alegre y sonriente. Defender lo indefendible puede ser un acto o de heroicidad como de imbecilidad y saber dónde está el punto es la tarea diaria a la que nos enfrentamos desde nuestro caos existencial.

Dos hermanos pueden estar tan unidos como separados, pueden hablar lo indispensable o contarse hasta las intimidades y sin embargo el lazo de sangre pareciera nos tuviese que determinar enmarcado dentro de un sistema cultural que arrincona a la naturaleza dentro de unos conceptos y acciones que desvirtúan el entramado social que se desprende de unas ideas que se transmiten de generación en generación completamente diferente de como lo hacen las bases del ácido que nos delatan físicamente. La mediación del contexto, sea este una enfermedad o el propio capitalismo inaugurado con la posesión que permite atrapar la naturaleza desde la cultura, es la que permite que individuos ajenos puedan parecerse más entre sí que dos hermanos o una idea en diferentes personas. Y todo ello sin la participación de una mujer relegada a ser puro deseo, madre deseante, puro receptor de naturaleza. El deseo puede ir más allá de la creencia y las expectativas y como dice el refrán de un sentido común, tan sutil como alocado, bicho malo nunca muere.

No hay comentarios:

Publicar un comentario