viernes, 15 de enero de 2016

Selma. Ava DuVernay. 2014.



Los sueños sustentados en buenas ideas son sin duda poderosos, tan bravos como la cinta de Ava que narra sin caer en la edulcoración o en el tremendismo unos hechos cruciales para un problema aún acuciante en las sociedades, y es que el activismo como recuerda el film asfaltando nuestra memoria es un proceso continuo en el que desfallecer generacionalmente conduce hacia otro atrás más allá de lo que se quiere rescatar.

Estar en uno u otro saco de la historia parece más un problema de fe en la propia ideología, en el triunfo del narrador de unos hechos lisonjados a semajanza. Por ello conocer la fragilidad y la dureza de la conquista, del surgir de la idea requiere esa transmisión que realiza DuVernay de manera excelente, dotando de la justa humanidad a un relato donde el personaje humano, tan asociado a su Dios como a las grandes ideas morales y éticas contemporáneas, es arrojado a la duda, al interés político y a una sociedad tan cerrada que su heroicidad queda en el segundo plano. Sólo hace falta observar el título donde la figura protagonista recae en el conjunto de la ciudadanía que con su esfuerzo, apremio y tras un domingo sangriento logró la aprobación de una Ley de derecho al voto de 1965 (al respecto me recuerdo que tengo que ver Sufragistas). La historia puede llegar a ser en estos tiempos algo tan volátil como sugerente pues se buscan hechos e informaciones a medida, haciendo olvidar a veces lo esencial, la lucha y el trabajo que marcan cada paso hacia la igualdad y la redistribución equitativa que demanda la justicia en la que se sustentan las sociedades en las que convivimos.

Además la cinta no sólo se queda en esa intimidad y drama personal si no que ofrece interesantes puntos de vista sobre el funcionamiento de nuestras democracias, de la importancia del poder y de la información, así como nos marca un retrato de la violencia entre la crudeza de su ser y el tratamiento artístico que se requiere en consonancia con el mensaje claro y conciso que transmite, y es que no hay lugar para la cruda violencia en los buenos y poderosos sueños.

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