miércoles, 15 de abril de 2015

Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia). Alejandro González Iñarritu. 2014.



Te pueden gustar el gran plano secuencia o puedes preferir los adecuados cortes y su montaje. Igualmente puedes elegir entre un espacio real o uno virtual, incluso puedes elegir la mezcla o concanetación de planos físicos o vitales en el interior de un film. Asimismo te encanta un protagonismo solitario o la coralidad en la historia narrada o quizá sea lo explícito de la solución, o su ambigüedad lo que prefieres separar ante lo que te complace. Por ello mismo ante esta cinta uno se siente algo desvalido, salvo ante la primera afirmación aquí descrita, pues en ella se dan en conjunción ciertas tesituras, dualidades, confrontaciones, que, formando un conjunto, hablan sobre la fama, sobre el arte y sus formas donde cobra protagonismo la interpretación. Y aunque lo hace de modo visualmente inteligente no parece existir mucha novedad en el frente de los discursos narrativos y representativos en tanto al tema(s) se refieren.

Rescatar a un personaje mediático para interpretar algo parecido a lo sucedido (es lo que tiene el sistema, muchas de sus autoprofecías se cumplen y hoy la metaficción está a la orden del día) es el primer paso para dotar al personaje y a la historia de una verosimilitud de la que va a carecer cronológicamente y narrativamente tras el sarcasmo e histrionismo en el que se instala la óptica del director. En eso la elección es perfecta y el choque producido por la realidad de un actor hace más creíble una notable interpretación de otro protagonista fuera de lo común. Los recursos técnicos van a apoyar esa visión ácida sobre los problemas que ofrecen las tablas al cine, empezando por una interpretación que va más allá de la propia vida, que confunde los mundos hasta el paroxismo en el personaje notablemente interpretado por Michael Keaton. Pero a veces, estos elementos técnicos, no ofrecen sino un recurso visual que no añade nada a la historia e incluso ralentiza los pasos donde el recurso ha de ser estirado para el engarce siguiente.

Rodar los delirios de grandeza, los egos de personajes tan débiles en la vida como enormes en el escenario, los miedos y paranoias de una industria menor en cantidad pero ansiosa de más por un convencimiento de su mayor valía artística, las relaciones entre un mundo tan diferente de lo que quiere representar y ese propio mundo encarnado no ya en el público si no en la crítica. En fin tanto rodar no es fácil y el mexicano afronta excelentemente su plan de fantasear a aquellos que provocan tales fantasías de realidad. Pero la propia crítica y la fantasía que ha ido creando ha sido, sin embargo, la culpable de mi pequeña decepción ante un gran rodaje descafeinado por exceso de fantasía. Esperar tanto y no ver más que buena fantasía angosta mi elocución y quizá la cinta requiera de la maduración pertinente que otorga un segundo visionado, pues las hay que lo merecen.


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