domingo, 4 de enero de 2015

Stalker. Andrei Tarkovsky. 1979.



Ese lugar de indeterminación afirmado por la crítica ante esta historia tan anodina como trasecendental es ocupado por la apuesta solidaria ante el espectador que maneja Tarkovsky delegando en él la resolución de la propia idea que transmite este mismo círculo vicioso que no sólo atañe al arte si no a toda manifestación humana desde la primigenia ontología que sustenta sus raíces sociales. Para llega a ese lugar, desinteresado, es menester hallarse en posesión de las herramientas disponibles, cualesquiera que puedan ser, ya sean los empirismos científicos o las subjetividades narrativas, los triángulos y rectas o la poseía afectada desde un habla a veces tan mentirosa como la propia memoria pero tan necesaria como la misma ciencia que hoy nos sustenta. Poder atisbar ese lugar es el recurso de nuestra cotidianeidad y, sin embargo, sólo un avispado como es un Stalker parece ser la clave para mostrar cómo la muestra del ordenado suceder esconde en su seno lo extraordinario, el sueño y la fantasía que anidan tanto en las mentes como en la muestra física del entramado natural de la sociedad humana. Lo indeterminado quiere escapar a la gran interrogación, por ello su aniquilación comprendiendo o anulando su sentido parecen meros argumentos falaces frente a una visión más dogmática, una mirada más cercana al dogmatismo religioso, mítico y que bien acapara espacios y tiempos en la andadura cultural humana. Una vez llegado el sentido, el deseo por el sentido, vuelca ante la pureza del verdadero desear, aquel que escondemos lejos del yo igualmente indeterminado en las fauces de la multiplicidad de identidades que adquiere una vida humana. El choque de indeterminaciones quiere provocar la precaria determinación que ofrece la visión a través de un prisma, a través del cristal de agua que son nuestro más arcanos ojos, de ahí la figura que acerca al correr del agua con un tiempo corrido, inabarcable pero que parece ser el sino que entorpece toda plenitud.

El film nos arrastra hacia ese lugar donde la interpretación es dejada en parte a unas imágenes que nos anticipan el propio cambio de todo lugar, la indefinición que adopta el devenir de todo acto, físico y mental, y que mece la propia creación de la idea, o de ellas en plural, pues pretender salvar el fenómeno mediante su entera comprensión no es más que la ilusión que lleva inscrita en sus genes (memes) la propia humanidad, siempre precaria y lenta, a contracorriente de unos sentidos que necesitan de una intelección para afrontar su propio ser. El triángulo que forman las perspectivas vitales es confrontado a una naturaleza no sólo escrita en lenguaje matemático sino conformada mediante los deseos humanos que la atisban, la cuadran o la contemplan adorándola como se adora al propio ser, esperando cierta redención de ambos, la siempre incompleta cuadratura de la vida en su alto valor. El trío protagonista nos desvelará aquellos matices en diversas instalaciones frente al mundo que nos rodea, el valor de las ideas y los miedos y simpatías que rebosan de tales prejuicios ya que al final quizá no nos quede si no decir aquella máxima socrática para descubrir nuestra ignorancia.

Nos encontramos ante una película densa, de no tan difícil lectura si uno se deja arrastra por una historia más bien metafísica pero sin la escabrosidad de los tratados filosóficos al uso. Todos llevamos un Stalker en nuestro interior, una forma de emparentarnos con nuestra realidad haciendo de nuestro sueño la propia cárcel o paraíso en el que creemos disfrutar. Seguir la pista para llegar al lugar donde nuestros sueños sin desvelar van a aflorar es continuar el viaje sorprendente que iniciamos el día que nacemos, en algún lugar, en alguna zona.

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