jueves, 18 de diciembre de 2014

El Dorado. Howard Hawks. 1966.



Hay veces que me pregunto por qué el western ha ejercido tanta fascinación y cinefilia, entonces me veo frente a la pantalla un sábado siendo un chiquillo esperando la victoria de los de la caballería o la muerte de ese vaquero malo que entorpecía la vida de esos pioneros en el oeste americano. Me veo afrontando la realidad de los indios que con la edad va conllevando una preocupación más allá de la representación que en general se ofrece, vas alimentando tu cultura visual hasta comprender que el western es algo más que un simple relato, una especie de cortejo mítico que en cierto modo configura el imaginario estadounidense tan necesitado de cuentos identitarios. Los grandes directores han tratado este género explotando las diversas formas humanas que pueden darse en cualquier representación, nos han enseñado que las pasiones humanas son las que insuflan el soplo vital que destila una película, los retazos sensibles que esconde la historia, incluso la de minúsculas. 

En la recepción del film por mi parte se dan este tipo de circunstancias pues no sólo tenemos a uno de los grandes rodando una historia de un western cercano a la crepuscularidad, sino que puedo observar con mayor claridad todo el entramado humano que lo acompaña, desde la amistad forjadora de un nuevo destino hasta el nuevo mundo que es invadido por la recetas "nuevas" del viejo mundo. El asesino a sueldo no puede dejar de ser lo que es, es como dice Jordi Claramonte (Desacoplados. Estética y política del western) un desacoplado, un hombre incapaz de desprenderse de su ser, incapaz, en este caso, de lograr un amor y sin por ello desesperar de su oficio y destino. La mujer, mucho más emancipada que en otros films del género, adopta un mayor protagonismo pero no deja de ser un elemento casi perturbador, con escasa incidencia en la transformación que está ocurriendo, su labor dramática no va si no a poner en luz la incapacidad del héroe para encontrar la fórmula burguesa por excelencia, el matrimonio que ata a aquellos espíritus salvajes que a golpe de disparo son capaces de entender la muerte brutal como algo natural. La aceptación de la violencia subyace a la creación de un mito que hoy se pregunta cosas tan incoherentes con otros valores que se dicen defender que causa estupor (léase Carta de América tras el 11S).

No es la mejor obra del autor, es un film, como decimos, que intenta ver esta óptica mitológica fundacional desde una perspectiva diferente, los grandes espacios son acotados por un lugar donde la ley, aún salvaje y demandante de orden, espera ser la clave frente a los pistoleros. La amistad como lazo que une llegará a ser el vehículo que conforme el propio orden que necesita la ley para triunfar, ley y valor que garanticen el mundo por crear, que defiendan la propiedad privada incluso más allá de la vida, y pueda superar los sinsabores que ofrece el ámbito femenino para el patriarcado, el dolor que causa el poco amor que no saben recibir nuestros maduros héroes. Salir del desamor desde el amor a la botella nos lleva a una resaca inocente, animada por un extraño ser, a caballo entre la civilización que conforma el río Missisipi y la venganza que clama su viaje con puñales en su cinto. Un ser de ensueño para nuestro jaquecoso sheriff, un ser que adquiere el aura del vaquero gracias a la nueva tecnología, al mercantilismo que va a propagar hasta el ideologismo extremo el rifle, y sus consecuencias. Un ser que también va a ser convertido en una ley tan difusa como el juramento magistral que filma Hawks. Director que enfoca el tema desde una óptica entretenida, con ciertos toques de humor que descargan al film de la grandiosidad del clásico western donde la mitificación era tan pura y virginal como los escenarios que encarnaba. Los tiempos han cambiado y abordar un género que se veía acabado con las grandes obras de las décadas anteriores es una tarea difícil cuando se tienen tal nombre en el gremio, pero Hawks conoce su oficio y sabe trasladar una historia normal en una gran película donde dan cabida distintas pasiones humanas aderezadas con las pinceladas de la historia del género, con el contexto fílmico y con el cuento ideológico que comporta una identidad cerrada.

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