domingo, 2 de noviembre de 2014

Los hombres detrás del sol (Hei Tan Yang 731). Tun Fei Mou. 1988.



La luna siempre vuelve a salir para los pueblos que resisten, al menos eso se indica en el prólogo de la obra de Steinbeck La luna se ha puesto, pero aquí es el sol el que en su aparente quietud transforma la sentencia para definir casi su contrario donde la infamia golpea una y otra vez a esos mismos pueblos, a los invasores y los vencidos. El invasor empieza por uno mismo, nutriéndose de las carencias con las que llegamos, y pasa al cuerpo social de forma doctrinal de múltiples formas, desde el nacionalismo imperial hasta el adocenamiento del cuerpo militar juvenil. Las consecuencias pueden ser devastadoras, pero como sabemos el hombre es el único animal capaz de tropezar con la misma piedra y hacer de la virtud científica un terreno tan efectivo como desastroso. De todo esto en nuestro universo occidental estamos acostumbrados a comprobarlo desde la óptica que ofrecen los testimonios sobre el holocausto y los más recientes casos de locura genocida, que los hay en gran número. Sin embargo, el caso japonés es menos en esta materia es menos conocido, a pesar de los grandes filmes tanto chino como japoneses que muestran de modo magistral los acontecimientos, lamentables. Por ello, como documento histórico hay que otorgarle el justo valor a una película que a pesar de pecar en elementos cruciales como son el guión; la excesiva muestra realista de órganos y pruebas letales; las deficiencias fotográficas, contiene un cierto poso de buen hacer en su mezcla documental-ficción y el simbolismo de muchas de sus imágenes. También demuestra como el presupuesto no impide poder hacer un cuadro creíble, una representación básica con un lenguaje cinematográfico ágil y vivo cercano al terror para que el sentimentalismo deje paso a una razón anquilosada de esperar día tras día a la luna con el sol detrás.

Pero también demuestra otras cosas como son la propia barbarie humana y el relativismo moral que acoge en su seno el poder. Sobre la primera con mencionar el abuso sangriento, sin haber tanta como en otros documentos, bastaría, pero el summum se lo lleva el uso de animales para realizar las propias prácticas que se quieren denunciar. Puede que el círculo de la simpatía se expanda con las generaciones, pero el de la infamia es ineliminable. Y aquí entra el relativismo, no sólo en el propio tema animal en forma de especismo, sino cuando puedes comprobar como el doctor Shiro Ishii queda impune ante las decisiones poderosas del vencedor, del invasor que ciegamente, como en la novela de escritor norteamericano, no puede ver la resistencia de frente ante su eficiente fe.


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