miércoles, 12 de noviembre de 2014

Días de Nietzsche en Turín (Dias de Nietzsche em Turim). Júlio Bressane. 2001.



Vamos a hacer un viaje, nos aposentamos como los turistas videocámara en mano para indagar en esos días de loca creación dentro de una personalidad que se sabe forjada a cada instante, vamos a presuponer la mente de un filósofo, aquel del más allá y de la desvalorización del que escribiera Zambrano que murió por su extremado amor a los hombres, el mismo que para amarlos los iluminaba. Para ello nos adentramos en un ensayo fílmico, en ese relato que Bazín bautizara cine de la vista al oído tras el trabajo de Marker. Nos disponemos a escuchar porque aquí no sólo la palabra entra en acción directa desde la boca de los personajes mudos pues el universo sonoro va competir con esa tercera/primera persona que narra a través de los escritos del filósofo alemán la vuelta de tuerca que imprime al mundo el tiempo, el propio desplazamiento de toda frecuencia, de todo hecho, plasmando quizá una personalidad, una vaga forma de ser que anuncia nuevos tiempos.

Tan difícil es filosofar como hacer entender un pensamiento, crear y enseñar no son la misma cosa e intentar hacer ambas cosas al mismo tiempo en un ejercicio visual como el presente bien requiere algo de maestría. Me gustaría leer el libro homónimo de Lesley Chamberlain (desconozco el grado de implicación) e incluso conocer más esa época del filósofo para dar un veredicto más concluyente, pero la conclusión de éste aún careciendo de ciertas notas no puede ser más que loable pues Bressane crea un universo muy íntimo para dar cabida a esos pensamientos tormentosos sin caer en los juegos ficcionales básicos, jugando con una gran mezcla sonora y acompasa en la melodía al surgir de la locura del maestro, dando ese prurito de realidad a un poema visual para llegar a la propia realidad documental de un Nietzsche acabado, tan mortal y doliente como el propio hombre vulgar al que maltrataba por amor propio, por ese amor fati que provoca la consagración del superhombre.

Si hubo un libro que me dejó pasmado en el bachillerato fue "Más allá del bien y del mal" pues como buen jovenzuelo la figura y pensamiento de tan insigne alemán claman a ser escuchados para retoños del pensar. Sin embargo, no entendí nada, segundo pasmo, la primera vez que un libro me derrotaba, que no podía desvelar su entero significado, que me perdía ante la falta de referencias, ante el orden lógico que destilan las páginas académicas, y no obstante se trataba de un papel académico, certificado por la misma selectividad a la que me afrontaría. Aún no sabía que parte de mi futuro sería bailar con ese pensamiento, bailar con profesores honrando ese Dionisio en guerra por el sacrificio vital al que nos somete tanto derecho, tanto código como el de Manú. Todavía no intuía mi admiración por la imagen, por el amplio mundo de significados que aporta, por la sinrazón aparente de la mediatizada imagen como marca de un sistema, de unas reglas acotadoras que como Apolo forjan el abanico cultural que pronto abandonaría dejando las modas para mejores estilistas. No conocía que un día podría ver un relato tan artístico y reflexivo que bien parece una obra adscrita a esa concepción que el propio alemán disponía ante el ejercicio de la vida que proponen esas filosofías de la duda, sospechosas, que ponen el acento optimista en no dar por conocido lo inconocible y tratan de asir la totalidad no en una figura si no en su multidimensionalidad.


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