domingo, 13 de octubre de 2013

The Act of Killing. Joshua Oppenheimer, Christine Cynn. 2012.




Abróchense los cinturones, no coman antes ni durante el visionado y si tiene que maldecir hágalo con toda su rabia porque ellos lo merecen. La banalidad del mal que tratara Arendt en el archiconocido juicio en Jerusalem es un concepto que se me antoja corto para describir lo contemplado. No hay discurso que aguante tal horror humano, hay infinidad de palabras para describir actos violentos, pero como se suele decir una imagen vale más que mil palabras, y aquí las imágenes y las palabras van tan estrechamente unidas, tan profundamente conectadas que el estupor va ir in crescendo hasta el hastío total, hasta el vómito repulsivo y asqueroso que ofrece la realidad y que generalmente solemos disfrazar. Pero aquí no hay disfraces, lo real y lo imaginario son lo mismo treinta años después y a pesar de la teatralidad buscada, la realidad domina el film de principio a fin.

El odio, la violencia y el mal parecen tan idiosincrásicos para el ser humano como la bondad, la solidaridad y el bien, y quizá sea así, quizá no haya criterios eficaces y toda la figura posmoderna prevalezca ante el manifiesto del todo vale, ante la individualidad del hombre libre, del ser humano cuya voluntad está por encima de todo y que ha llegado a comprender que si fue, puede llegar a serlo.

Es lo malo de los ejemplos, del curso ejemplar de la historia, que está ahí, no solo para repetirla y tropezar con ella, sino también para seguirla a pies juntillas, con las pequeñas dosis de transformación individual que a veces hace que seamos genios y otras el mismo demonio. Aquí los demonios están allí, lejos, en el odio incorporado desde instancias que no nos son tan ajenas, desde lugares comunes bien conocidos entre nosotros pero incomprensibles a la vista de muchas mentes, no sólo de allí, sino de aquí. Pues a pesar de que la violencia y el odio puedan ser consustanciales a nuestra especie (está por ver), su difusión y profusión exagerada y esperpéntica es propio de una cultura, la nuestra. Si no olvidas esto, sufres más con este visionado, y si lo olvidas, pues eso...

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