domingo, 11 de noviembre de 2012

Anticristo (Antichrist). Lars von Trier. 2009.

 
 
¿Cual es la raiz del mal?, ¿y la del bien?. Si desde nuestra mente pretendemos abarcar metodologicamente los orígenes de conceptos oscuros anclados en nuestro modo de ser y estar, el problema es inviable pues una sucesión lógica dentro de la historia, de la vida parece ser tan fútil como reprochable, tan rencorosamente reprobable como a la vez loable al mismo tiempo. La mayoría de nuestra existencia está ligada a las ideas que tenemos sobre lo que llamamos vida, a nuestras concepciones del mundo que nos rodea, a la forma de ver y entender que la cultura desentraña y desde la cual nos hacemos.
 
Aquí, el autor danés nos invita a una reflexión sobre la mente, sobre la vida y la muerte a través de dos personajes (únicos en pantalla si exceptuamos al niño, y por cierto excelentes trabajos de ambos, de Dafoe del que su trayectoria lo dice todo, y de Gainsbourg, que no tendrá todo el sex appeal que exige la industria pero que como actriz da mil vueltas a la mayoría de maniquíes que la pueblan) que tras el trauma inicial (el prólogo es de una factura inmensa) inician el doloroso recorrido desvelatorio del drama en el que todos estamos inmersos, la cruel vida que brota de la naturaleza. La lucha entre la naturaleza y la cultura es la puesta en escena que trasladada a la pantalla nos permite ver que más allá del bien y del mal algo debe de haber, ya sea algo escatológico o algo tan pueril como el alumbramiento del ser, ese ser metafísico que trasciende todo tiempo y espacio al pasar por encima de toda consideración ontológica.
 
El film, muy cuidado estéticamente con una puesta visual fascinante entre el terror y la ciencia ficción, camina por senderos poco explorados, por sinsentidos delirantes que nos acercan a la relatividad de cualquier hecho, de cualquier intento de encontrar un significado, pues la madre, la naturaleza, por muy racional que pueda llegar a ser bajo los dominios de nuestra razón, no se deja atrapar tan facilmente como pudiera pensar un teólogo, un psicoanalista o un filósofo. Los caminos que llevan al mal o al bien son múltiples y variados, dependen de las actitudes de los protagonistas, de los tiempos que corren, de los múltiples vericuetos que nacen de cada decisión, de cada observación. Por ello, y a pesar de las obsesiones del autor (naturaleza, sexo, misoginia...) la película es un rara avis al intentar encauzar la locura dentro de la grotesca realidad, dentro del dolor que confiere vivir un trauma e intentar superarlo, ya sea mediante la indiferencia o el simple dejarse arrastrar por esos tres hermanos cómplices de todo debilitamiento moral (tristeza y duelo, dolor y desesperación) que llevan a la pareja a una reconsideración del mal. El mal es posible porque es dado a la luz por ella, por la madre que todo concibe e instruye, por esa despiadada naturaleza que no provee de bien, sino de mal, siempre el mal y nunca el bien, que es constitutivo del hombre (masculino).

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