lunes, 11 de abril de 2011

Hiroshima, mon amour. Alain Resnais. 1959.


Que mejor ciudad que para reflexionar sobre la sinrazón, en este caso la del amor, que mejor lugar que un nocturno café para desvelar a la persona elegida un oscuro y trágico modo de amar que a nadie deja indiferente. Se puede amar y se debe amar sin ninguna exclusión y sin embargo esa misma pasión puede ser tan destructora como la peor catástrofe. Bajo este dualismo Resnais nos ofrece un relato más cercano al discurso poético con una gran mezcla narrativa audiovisual en estado puro, pero sin dejar de contar la tradicional historia que se supone deben proyectar las películas, y sobre todo sin hacerlo mal dada la acertada elección de historia y sus personajes. La ciudad continúa con la vida, el amor como la vida brota en cualquier lugar, de forma inesperada y repentina, en vano podemos luchar contra él, contra su impertérrito refugio en lo recóndito de nuestra alma. Pero para ello hemos de ser conscientes de que los otros también aman, aunque sea de modo diferente y a personas o cosas diferentes de las que nosotros apreciamos. Hay que saber amar, dejar amar a uno mismo y al resto, e igualmente hay que saber dejar de amar. No se puede olvidar pero hay que ser capaces de perdonar.

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