lunes, 4 de octubre de 2010

Revolutionary road. Sam Mendes. 2008.


Escapar a lo irremediablemente vacío de la vida es una ardua tarea e incluso la podríamos considerar peligrosa. Salir del encasillamiento al que nos somete la sociedad configurando nuestra misma percepción de la realidad es un acto de valentía, de enfrentarse con las cosas de manera directa, del modo como el arte constituye un sentido diferente a lo expresado en el ámbito de la racionalidad acotada a la que invita el constructo social. Esta lucha por escapar de los clichés, de lo monótono, de la asfixiante conciencia del día a día que sufren muchas personas no contentándose con el breve discurrir vital que acaece a cada momento, es lo que Mendes trata de plasmar en este sugerente film de época. Y es que es más difícil narrar en la contemporaneidad un asunto que requiere de la resistencia valorativa de la sociedad pues, hoy por hoy, todo vale en mundo de pérdida de valores constante y relativismo exacerbado, con lo cual muchos de los asuntos prohibidos, censurados o difamados por la cultura han sufrido una relajación moral acentuada. No era el caso de la época que nos ocupa, al menos no tanto, en la que una mujer sufría muchas más desigualdades que en la actualidad (por desgracia aún estamos lejos), ni la familia había perdido el protagonismo que hoy ocupan abuelos, sobrinos, asistentes o quien se ocupe de los niños. Así Mendes consigue contar más que esa lucha por escapar a lo cotidiano trasluciendo una crítica social que bien se puede extrapolar a nuestro entorno más inmediato, pues derivamos desde aquella época tanto como nuestro pequeño o gran acto de ayer.

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